Ferrer era de estirpe moqoit. En otra vida debió ser un príncipe mocoví, en ésta, -la cual ya dejó- era escultor. Y un soñador, y un conductor de pueblos. Porque desde el lugar cultural, desde una gestión perseverante, favoreció la cultura originaria, la distinguió.

Ferrer vivió dos mundos: sangre moqoit y qom, de los abuelos maternos y sangre española por parte de los abuelos paternos. Era escultor, pero también artesano y un experto de la artesanía aborigen. Alto, muy alto y silencioso, pero cuando hablaba, sólo decía cosas dignas de escuchar. Siempre reservado, como todo indígena, silencioso. Pero abierto a un diálogo, riquísimo pan para compartir.

Era el ancestral, pero desde el ejercicio permanente en diferentes puestos (al presente de esta crónica, director del Departamento de Artesanías y Arte Popular del Instituto de Cultura del Chaco, coordinador de la Feria de Artesanía de Quitilipi) y apropiándose de las herramientas de la lógica blanca, se convirtió en un formidable gestor cultural.

Fue El Intérprete de dos culturas. Sin sacrificar nunca lo íntimo, lo propio. Eso lo volvió imprescindible. Ferrer era un libro abierto, gustoso de compartir los relatos de sus antepasados, las enseñanzas, los mitos y leyendas, y el porqué de cierta fruta, o cierta raíz, o cierto árbol. Era en vivo y en directo, la exótica y melancólica, pero presente cultura originaria. Y entre otras sensibilidades artísticas, resaltó como pulsión destacada la de escultor.

Recordaba Fabriciano: “Se fue este gran amigo con el que teníamos tantos proyectos; algunos logramos hacerlos, otros quedaron, como el de hacer un Portal a la entrada de Colonia Aborigen, al estilo del El Impenetrable… Desde el primer concurso de esculturas en la plaza nos estuvo acompañando siempre, durante 29 años, al lado”.

Francisco Ferrer nació en Villa Berthet, el 30 de enero de 1953. Su carrera como escultor se desarrolló en simultáneo con su labor como artesano y docente. Fue jurado en certámenes de la especialidad e interventor en el Instituto del Aborigen Chaqueño. En su juventud, tuvo de eventuales maestros al escultor Jorge Gamarra y a Dolores Cabrera Castilla. Representó al Chaco en el Primer Encuentro Nacional de Escultura en madera de 1986 y en 1988, 1990, 1992. En 1993 fue seleccionado para representar a la Argentina en el Primer Concurso Latinoamericano de Escultura en madera de Resistencia: También en 1995, en la Primera Trienal de Escultura en Madera y en 1999 y en el Concurso de Escultura Milenium. Asimismo, fue figura de varios concursos escultóricos de Villa Allende, Córdoba (1991, 1994,1995); como el Encuentro de escultores en madera de Reconquista, Rosario, Alem (Misiones) y varios otros en el interior del Chaco.

El 7 de julio de 1993, fue nombrado “Amigo Ilustre por su aporte al Arte”, por la Asociación de Escultores del Chaco. Realizó exposiciones individuales y colectivas de escultura, tanto en Chaco como en otras provincias. Y obtuvo más de 50 distinciones a lo largo de su carrera. Sus obras se encuentran en distintos museos e instituciones de Resistencia y ciudades argentinas.

Ha dicho sobre su obra el periodista Rolando Cánepa: “Algunos de nuestros escultores trabajan intensamente para realizar una obra que exprese el silencio y detención del crecimiento de las razas de América y, al mismo tiempo, para que sea también la voz de esas razas (…)”.

“Francisco Ferrer, el escultor chaqueño que casi en el umbral del 2000, se siente heredero de primitivas razas que habitaron estos suelos, siente en su sangre la fuerza quieta del aborigen precolombino, se siente desligado de ataduras culturales que lo aferran a lo moderno, aun cuando trabaje con elementos y herramientas de la modernidad, siente que puede hacer realmente lo que quiere y en libertad, pero lo que quiere hacer, es también un mandato de sus antepasados que no serán traicionados y que renacerán en su obra”.

Inevitable una sangría emocional, habida cuenta de su cercana partida. Un 21 de noviembre murió Ferrer, “con los ojos abiertos” –parafraseando a la escritora Marguerite Yourcenaire-. Consciente de su destino inmediato, envió una carta a medios y amigos, en la que se autorreferencia como “una persona agradecida, bendecida y muy feliz”.

“Sé que comencé a transitar el camino, que me llevará al encuentro con mis Abuelos… ahora depende de mí, el tiempo en llegar. El hombre tiene un objetivo en la vida y nada puede entorpecer su trayecto, ni cambiar su destino, todo tenía que suceder, así como estaba dispuesto”. “En este momento en que hermosos Shimiagäi’che (picaflores), me visitan para recordarme que el padre bueno me espera de regreso a su lado, solo quiero recordarles que me siento pleno y agradecido de haber tenido la oportunidad de transitar junto a cada uno de ustedes, mis hermanos y bajo el cobijo de nuestra amorosa madre tierra, este mítico viaje”.

Bendita forma de sentir. Belleza. Los ancestrales creen que tras la muerte van a un lugar difuso entre este mundo y el más allá, y que pasan mucho tiempo en los montes, haciendo la guerra, cazando fieras y amando. Ferrer anda por esos lares.

Contenidos: Virginia Quirelli

Arte: Brian Ariel Dufek


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